Desde que nacemos, traemos dentro el instinto de jugar. Ello involucra gestos, caricias, palabras y movimiento. A medida que crecemos, aparecen habilidades físicas y cognitivas que nos promueven a un nuevo nivel de actividades lúdicas, en las que también podemos descubrir y explorar lo que nos rodea.
El conectarnos con los niños, niñas y, por qué no, con los adultos a través del juego, permite desarrollar la imaginación, la creatividad y la capacidad para resolver problemas de forma divertida. Es en estos tiempos donde podemos darnos permiso de jugar. El divertirnos no tiene, necesariamente, relación con la edad. Debemos entender que el juego tiene solo beneficios, los cuales podemos integrar dentro de nuestras vidas, mediante la diversión, sin sentirnos culpables por ello.
El juego promueve la unión con los demás y refuerza el sentido de comunidad. Para jugar las condiciones son; tener interacción, proporcionar placer, descubrir las habilidades propias y de los otros, aprender a manejar la gratificación y la frustración. ¿Quién no quiere compartir estos beneficios en su núcleo familiar?
Es tiempo de JUGAR con cosas simples y cotidianas, ello liberará el estrés y nos acercará a los nuestros.
